lunes, 24 de enero de 2011

UNA COBIJA PARA DOS
No pasaban de las ocho de la noche cuando escuché que tocaban a la puerta, con un poco de timidez, como queriendo o no llamar la atención. Para mi sorpresa era el abuelo, a quien tenía algunos meses de no ver, él fue siempre bueno con nosotros; mis tres hermanas y yo, recibíamos alguna sorpresa cada vez que lo veíamos: Un dulce, un juguete o al menos un afectuoso abrazo y un sonoro beso. Yo no comprendía por qué papá, con él especialmente, se mostraba distanciado; lo que pasó con ellos en el pasado nunca lo supe, o más bien no lo entendía, pues al fin y al cabo era su padre y sin él no hubiera existido. De inmediato abrí la puerta:

-         Buenas noches abuelo, ¡qué bueno que nos visitas!
Me atrajo hacia él y me dio un cálido abrazo.
§        ¿Está tu papá? —preguntó.
-         En un momento lo llamo.
Lo encontré en la cocina. Y sin querer queriendo escuché su conversación, que en alguna forma transformó para siempre mi vida, y creo que también la de mi padre
·        ¿Qué deseas?
Exclamó un poco hosco papá.
§        Hijo, me ha ido muy mal y he perdido la casa, hoy me han echado, y no tengo a donde ir, quisiera pedirte me hospedaras por un tiempo, mientras resuelvo la situación, no tengo ni para un miserable hotel.
·        Papá, tú sabes que esto me ocasiona graves contratiempos, tú conoces bien como piensa mi mujer: El muerto y el arrimado apesta a los tres días. Y el casado casa quiere, y no quiere intromisión alguna.
§        Bueno hijo, entiendo, pero si al menos me dieras un pequeño espacio en la habitación de mi nieto, te prometo no crear ningún problema, además él y yo nos llevamos bastante bien.
·        Papá, —una vez más replicó— él es un joven adolescente de 17 años y necesita su autonomía, lo siento de verdad, pero no hay nada que hacer.
El abuelo titubeando y con voz temblorosa, casi por romper al llanto suplicó:
§        ¿No habrá acaso algún rincón en que pueda pasar solamente esta noche?
·        Bueno, si tal es tu urgencia, puedes quedarte en el patio de atrás, pero, —enfatizó con autoridad— que sea solamente por esta ocasión.
Papá me llamó y me ordenó furioso.
·        Baja de inmediato una cobija o una manta y dásela a tu abuelo, pues se quedará a dormir en el patio trasero, y date prisa, pues estoy muy cansado con tantos problemas y agrégale uno más.
Y meneó la cabeza fastidiado señalando al abuelo.
Pasaron unos diez minutos cuando papá entró a mi habitación, hecho una furia, reclamando mi atraso, pero sorprendido por lo que estaba haciendo, exclamó:
·        Me puedes explicar qué carajos estás haciendo, ¿por qué cortas en dos la cobija que te pedí?
Y simplemente le contesté:
-         Una mitad es para el abuelo y la otra la voy a conservar un tiempo para cuando me vengas a pedir lo mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario