lunes, 24 de enero de 2011

LA CIUDAD BENDITA
En mi juventud me fue dicho que en cierta ciudad cada quien vivía conforme a las Escrituras.

Y me dije: “Buscaré esa ciudad y su bendición”. Pero estaba lejos y tuve que preparar una gran provisión para el viaje. Y después de cuarenta días de marcha, vislumbré la ciudad, y al día siguiente entré en ella.

Pero ¡Ay! Cada uno de sus habitantes tenía un solo ojo y una sola mano. Quedé asombrado, y me dije: “¿Acaso todos los que viven en esta ciudad santa han de tener un solo ojo y una sola mano?”
Luego vi que ellos también se maravillaban de que yo tuviera dos manos y mis dos ojos. Y al ver que hablaban entre sí, les pregunté: “¿Es esta realmente la Ciudad Bendita, donde todos viven conforme a la Escrituras?” Y me respondieron: “¡Sí, esta es la ciudad!”
“¿Y qué os ha sucedido, pregunté, y dónde están vuestros ojos derechos y vuestras manos diestras?” 
Conmovióse todo el pueblo, y dijéronme: “Ven y ve”.
Y lleváronme al templo, y en él vi un montón de manos y ojos, todos marchitos. Y compadecido, exclamé: “¿Qué conquistador ha cometido esta crueldad con vosotros?”
Y hubo un murmullo entre ellos. Y uno de los más ancianos se adelantó y me dijo: “Esta obra es nuestra. Dios nos hizo conquistadores del mal que había en nosotros”.

Y me condujo a un altar elevado, y todo el pueblo nos siguió. Y me enseño una inscripción grabada encima del altar, y yo leí: “Si tu ojo derecho te induce al pecado, arráncalo y apártalo de tí; porque es mejor para ti que uno de tus miembros perezca antes de que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te obliga a pecar, córtala y arrójala de tí, porque es preferible que perezca uno de tus miembros antes de que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno”.
Entonces comprendí. Volvíme hacia todo el pueblo y exclamé: “¿No hay entre vosotros un varón o una mujer que tenga dos ojos o dos manos?”
Y me respondieron: “¡No! ¡Nadie! Salvo los que aún son muy pequeños para saber leer la Escritura y comprender sus mandamientos”.
Y cuando salimos del templo, me apresuré a dejar la Ciudad Bendita; porque yo no era demasiado joven y sabía leer la Escrituras.

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