lunes, 24 de enero de 2011

LA MUERTE
Un acaudalado hombre de negocios salió de su oficina. Dirigiéndose a su automóvil, donde lo esperaba el chofer, tropezó con una figura alta y encapuchada. El millonario, irritado, miró a su alrededor y vio que aquella figura lo contemplaba con asombro. Entonces el enojo del hombre dio paso al horror cuando se percató de que estaba observando el rostro de la Muerte, y supo que, si no escapaba, moriría.

Corrió a su auto y le ordenó al chofer que lo llevara lo más rápidamente posible al aeropuerto, donde alquiló un jet. El aparato voló toda la noche y, tras aterrizar, el hombre de negocios pidió un helicóptero para trasladarse a las regiones más recónditas de las montañas.

Por último, contrató a un guía  para que lo llevara a un valle remoto y, cuando amaneció se internó arrastrándose en la oscuridad de una caverna.
La Muerte nunca me encontrará aquí, pensó, y comenzó a relajarse.
En ese instante, un dedo huesudo le dio unos golpecitos en el hombro.
“Felicidades”, dijo la helada voz.
“Estaba escrito que nos encontraríamos en esta caverna hoy, al despuntar la aurora. Por eso me sorprendí tanto anoche al verte en el otro lado del mundo. Pero veo con gusto que, si bien con los minutos contados, acudiste a nuestra cita”.

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